'Ahora, mis negocios originales, el de un escribano de transferencias y rastreador de títulos, y el de redactor de toda suerte de documentos recónditos, se acrecentaron considerablemente cuando me adjudicaron el oficio de Secretario de Apelaciones. Ahora había gran cantidad de trabajo para escribientes. No solamente debía apremiar a los amanuenses que tenía a mi cargo, sino que también necesitaba un socorro adicional. En respuesta a mi aviso, un joven inmóvil se apersonó una mañana sobre el umbral de mi oficina, la puerta estaba abierta, pues era verano. Puedo ver su figura ahora: ípálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada! Era Bartleby.'