Esta última novela de Haroldo Conti ofrece llamativas continuidades y discontinuidades con su producción literaria anterior. Reaparece Oreste (conviene recordar que este nombre está ligado a la tragedia clásica, desde Esquilo en la Antigüedad hasta Racine en el siglo XVII francés), una figura que recorre diversos escritos suyos. Es un joven afincado ya en la ciudad que despide a su tío -regresa al pueblo- en la estación Retiro (en el cuento "Perdido" de Con otra gente, 1967) o un marido desorientado y trajinante de la novela En vida (1971). Aquí es un joven que huye, otro homo viator sometido a un par de metamorfosis: cuando encuentra al Príncipe Patagón y se subordina a su proyecto de organizar un circo con artistas marginales, aunque el Circo del Arca tenga asimismo sus resonancias bíblicas; cuando se cruza con Basilio Argimón (el homo aereus que naciera en otro cuento, "Ad Astra") y sobre todo con Mascaró, "tirador de fantasía" circense convertido en cabecilla de la insurgencia revolucionaria ("el cazador americano" de uniformados). El relato puede ser leído siguiendo el derrotero anterior, progresivo según las acciones de Oreste, pero también es posible ordenarlo, verticalmente, según la serie de charlas ¿por momentos trascendentes¿ entre el protagonista y el Príncipe Patagón, cuya denominación alude al aventurero francés que a mediados del siglo XIX se proclamara, al frente de un puñado de aborígenes, rey de Araucania y Patagonia, súbdito de Napoleón III. Un hecho casi inverosímil, pero que se corresponde con otras transformaciones del texto: la hiperbólica del cuerpo de Maruca, la de parte del circo que se militariza o el repentino pasaje de la costa uruguaya a las montañas riojanas. El registro verbal también oscila entre lo reflexivo y lo humorístico, lo religioso y lo sexual, el lirismo y la parodia desacralizadora. Tal mutabilidad parecería indicar que casi todo es posible y conforma uno de los sentidos relevantes de esta novela, ganadora del Primer Premio de Casa de las Américas en 1975. EDUARDO ROMANO