Aparecieron (¿llegaron?) aquí millones de años antes que nosotros. Existen cientos de miles de especies, de las cuales solo conocemos un pequeño porcentaje. Su estrategia consiste en crear relaciones estrechas de convivencia, depredación y cooperación con sus ecosistemas. Cuentan con una inquietante mente desincorporada que se comunica a grandes distancias, entiende su entorno y planea cómo ocuparlo. Son fundamentales para la flora y la fauna: de no ser por ellos los suelos no estarían fertilizados y la materia muerta no se descompondría, con lo que la acumulación de desperdicios sería incontrolable. Sin ellos no habría bebidas alcohólicas, ni penicilina, ni cientos de medicamentos indispensables. Por si todo esto no bastara, algunos de ellos producen, sin que nadie sepa para qué, sustancias sin función aparente pero que cuentan con propiedades psicodélicas que logran franquear la rígida frontera hematoencefálica: es decir, que al ser ingeridas alteran la percepción y las funciones mentales. El planeta de los hongos es un ensayo acerca de nuestra historia con estos organismos. Se cree que desde antes de que apareciera el Homo sapiens los homínidos tuvieron visiones, experiencias místicas, placeres, terrores y revelaciones al consumirlos. De ser así, los hongos pudieron ser responsables, por lo menos en parte, de la expansión de la mente, el desarrollo de la cultura, la tecnología y las religiones. Desde la antigüedad, los humanos los han utilizado en el Medio Oriente, Siberia, Europa, África, Polinesia y las Américas. Este es un recuento de su insólito recorrido, de su aparente desaparición y su «redescubrimiento», de la explosión cultural que provocaron en la segunda mitad del siglo XX y del impacto que tiene su reciente resurgimiento.