Desde la cubierta del Lady Mary Wood, Sally Evans observaba como el muelle se empequeñecía en la distancia. Entre la bruma y las velas de los barcos que poblaban el río, se vislumbraba el caos de los edificios de la capital británica. El paisaje era sobrecogedor y la cualidad onírica propia de las mañanas de la ciudad solo hacía que engrandecerlo, creando el perfecto escenario para un adiós.