Como en un cuento de hadas, Arno conoce a Sara a los 15 años. No tiene la menor duda: ella es el amor de su vida. Pero Sara no es lo que parece ser. Una tarde le dirá: “Me gustan los amores infelices”, y lo deja. ¿Fin de esta historia? No. Mucho tiempo después, se reencuentran. Ahora sí: matrimonio, pasión, hijos. Arno es un músico consumado, que ordena su vida de manera amable, pero férrea. Como si fuera un pentagrama extendido. Sara, aún hoy, tras tantos años, sigue siendo un misterio. Es claro que su incomodidad crece. Hay algo imperioso que le falta y la agobia, y un día desaparece. Tras el estupor inicial, Arno no tiene más remedio que salir en la búsqueda de esa mujer y de encontrarse entonces con su verdadera historia. Comprende que vivió trece años con alguien a quien no conocía, plagada de mentiras y heridas. Y descubre, al mismo tiempo, que tipo de persona es él, que estuvo ciego a esa larga simulación, cómodo en una supuesta vida plena que era apenas una fachada.