En el transcurso de siglo y medio fuimos capaces de romper lazos con la corona española; cimentar con la fuerza militar la independencia de tres países; superar la amenaza de disgregación que siguió a la gesta emancipadora; poblar el desierto; convertirnos en un crisol de razas y obrar un milagro económico que transformó al país, situándolo entre los primeros diez del mundo. Al promediar el siglo XX la Argentina era la imagen de un formidable éxito colectivo, cimentado en el texto constitucional de cuño alberdiano y el impulso educador de Sarmiento y de Avellaneda, en el portentoso crecimiento económico y en el no menos impresionante salto en materia cultural que hizo de la Argentina del Centenario una sociedad admirada. Lo que sucedió después es largo de analizar. Si el objeto específico de este trabajo fuese el de clavar los puntales de la crítica sobre el ocaso nacional, posiblemente habría requerido un esfuerzo de mayor recorrido y hasta de un calado más profundo. Pero no trata de la decadencia como de la excepcionalidad. He deseado poner de relieve hasta donde es falsa la noción de que la Argentina nació fallida. No abrigo la esperanza de responder, de manera definitiva, a la pregunta -tantas veces repetidas- de qué nos pasó. Este ensayo es, apenas, una aproximación general a tema tan polémico y, por tanto, abierto necesariamente a debate.