"Había una vez... -¡Un rey!- -dirán ustedes, interrumpiéndome. No, chicos, esta vez están equivocados. Había una vez... un pedazo de madera. No lujoso, no. Uno simple, de esos que en invierno se echan en las chimeneas cuando queremos entibiar las habitaciones. No sé cómo fue, pero el caso es que ese pedazo de madera vino a parar al taller de un viejo carpintero, el maestro Antonio, al que todos llamaban 'maestro Cereza', a causa de la punta de su nariz, siempre lustrosa y morada como una cereza madura. En cuanto lo vio, el viejo carpintero se frotó las manos muy contento y murmuró para sí: -Este pedazo de madera me viene perfecto. Voy a usarlo para hacer una pata a esa mesita. Dicho y hecho. Tomó rápidamente el hacha afilada para empezar a sacarle la corteza y darle forma, pero cuando fue a dar el primer golpe su brazo se detuvo en el aire: una voz muy pequeñita se quejaba débilmente: -¡No me pegues tan fuerte!...".