En David Viñas, teatro y política son dos territorios superpuestos: resulta impensable el uno sin el otro. La teatralidad que recorre estos textos también se lee en el modo de ordenar las palabras en diálogos, monólogos y susurros. Diálogos con aliados y enemigos, diálogos belicosos o cómplices. Aquí hay un repertorio de personajes y gestos que hicieron de la cultura argentina una cultura de fachada (cuyos años de gloria se iniciaron con la década menemista) y, por otra parte, hay toda una genealogía de intelectuales conversos. La fachada de estos 90, historiza Viñas, no es más que una hija boba del modernismo falaz anunciado cien años antes con los gobierno de Julio A. Roca y Miguel Juárez Celman. Modernismo que lleva a cuestas toda clase de mutaciones y mutilaciones verificadas en al fisonomía de la ciudad, el desguace de los bienes nacionales y, finalmente, la legión de excluidos que el sistema precisa para sobrevivir. Estas son aguafertes que se imprimen bajo los olores más furibundos de la llamada transición democrática: desde los años en que el radicalismo comenzó a morder el polvo (o tragarse el sapo) hasta lo que una de las correspondencias de Viñas bautizó menemato.