El encendedor en el bolsillo pesa. Exige ser usado. Las llamas invaden la cabeza de Diego como una necesidad irrefrenable. Una sed que solo se apaga cuando una fogata se enciende. No hay nada más hermoso que esas lenguas anaranjadas que consumen todo a su paso. Tras su último fuego en plena calle, un antiguo compañero del secundario le hace una propuesta: unirse a la banda de los quemacoches. Claro que conocer a un grupo de monjes justicieros y a un jefe de bomberos obsesionado por resolver el misterio de los autos quemados no estaba en los planes. Ahora el peligro lo acecha y únicamente la traición podrá liberarlo. Rituales de iniciación, reuniones clandestinas, crímenes y un secreto bien guardado por la cúpula eclesiástica obligarán a Diego a tomar decisiones drásticas. Y, como ocurre con el fuego, una vez encendido, ya no habrá marcha atrás.