Roberta era la gata de la abuela, cuando la abuela era chica. Tan distinta a otras que no le gustaba jugar con ovillos ni perseguir pajaritos. Tampoco se lamía las patas como todos los gatos. A Roberta le gustaba dibujar y todos los dibujos le salían muy bien. ¿Aprendió mirando cómo dibujaba mi abuela¿, cuenta la narradora. Así se pasaba las tardes, hasta que un día dejó los papeles y empezó a dibujar sobre la pared. Toda la casa de la abuela y luego las casas del barrio se fueron tiñendo de los colores que usaba para pintar; tanto, tanto, que hasta la abuela empezó a ser de colores