El sueño americano no funciona más. Donald Trump les ha dado fuerza política a los blancos pobres, ilusionándolos con el progreso social, y les ha dado un discurso para representar su odio a los que no pueden pertenecer por sus propios méritos. Para cualquier persona de Nueva York, la figura de Donald Trump es parte del paisaje habitual, tanto por los edificios que llevan su nombre como por su constante presencia en la cobertura periodística. A Marina Aizen, que vivió en esa ciudad entre 1991 y 2003, su candidatura a la presidencia le pareció fascinante desde el comienzo, aunque parecía un delirio. Ahí había un fenómeno nuevo para contar. No sólo por él, sino también por la base social a la que apelaba. De repente, la nación del optimismo se había transformado en el país de la bronca, una visión diametralmente opuesta a la que los ciudadanos estadounidenses habían tenido de sí mismos durante décadas. Sintiéndose amenazados por fenómenos económicos y sociales cuyo origen complejo no pueden entender cabalmente, le dieron a Trump la llave de la Casa Blanca para que los resuelva. ¿Por qué la voz de Trump resonó entre tanta gente? Trumplandia se propone dar respuesta a esta pregunta abordando temas cruciales de la realidad de los Estados Unidos: las cuestiones económicas -entendidas como una disputa entre la clase media blanca y las minorías indignas-, la migración indocumentada -convertida en el estereotipo de ¿lo malo y lo peligroso¿-, el papel de las armas en la sociedad, el mito de la era ¿post-racial¿, el antes y el después del Obamacare. Y en el epílogo, nos invita a pensar en el futuro: Donald Trump ha creado una nueva y peligrosa normalidad, cuyos límites no se conocen. En los Estados Unidos y en el exterior hay quienes creen en él como si tuviera poderes mágicos. Piensan que va a saber cumplir con lo que prometió, resolver sus propios conflictos de intereses entre la política y sus negocios. Deben haber visto mucha televisión. La realidad pasa por donde tiene que pasar.