En el verano de 1978, Edgar Tulio Valenzuela, (“Tucho”), caminaba por Mar del Plata junto a su mujer María, embarazada, y su hijo Sebastián. Era una tarde cálida y ese grupo de familia parecía uno más entre los turistas. Miraban vidrieras y conversaban, aunque estaban especialmente atentos a cualquier movimiento anómalo y a la hora.