Puedo decir, por primera vez, que tengo amarras y que me sujetan cuerdas. A decir verdad, aun asÃ, me siento libre. Quizá sea porque el mundo es quien sujeta esas cuerdas y porque, precisamente, depende de cómo me sienta. Me pregunto cuáles serán las coordenadas especÃficas donde se encuentran atadas esas sogas que sostienen mi columpio. Quizás una esté en la China y la otra en Marruecos. Tal vez Alaska y Calcuta. Italia y Tokio. Conservar el misterio lo hace aún más mágico. Mágico. Como mi propio universo, mi anatomÃa de estrellas y mi galaxia entera que crece incontrolablemente adentro de mÃ. Columpiarme me ha movido y trasladado de un lugar a otro; pero, quieta, tiesa o en movimiento, el planetario siguió dando a luz. La escenografÃa alrededor del mundo ha maravillado cada esquina de mis pupilas; pero quien ha encandilado mis retinas ha sido aquella ilustración interior, que alumbra el viaje al centro de mi constelación. Me pregunto si seré astronauta o si habré desarrollado la capacidad de flotar con mi propia gravedad. Pues mis pies han sido la nave espacial más eficaz y quizá la NASA podrÃa probar para sus próximos cohetes la voluntad, pues en mà ha resultado ser la pieza más valiosa.