¿SerÃan jazmines? ¿Amapolas? ¿Magnolias? ¿PeonÃas? ¿Margaritas? ¿Calas? ¿Cuáles serÃa las flores más prudentes y atentas para dejar encima de mi significativa lápida? Me entusiasmé seleccionando mis favoritas: algunas por su perfume, otras por su color o textura, y otras por su significado. El florilegio de mis silvestres favoritas fue un éxito y, una vez recolectadas, las dejé colgadas con el tallo hacia arriba durante un tiempo. Mi intención era que se secaran, para que quedaran hermosas, como cuando las elegÃ. Deseaba que un sentido ramo acompañara mi simbólico epitafio, para agradecerle como corresponde a la Helena que habÃa vivido hasta aquÃ, su camino recorrido, el esfuerzo, la valentÃa, su perspicacia, su aguante, su sonrisa, todas sus lágrimas, sus brazos, su aceptación, su tenacidad, su alegrÃa a pesar de todo y su amor como arma letal. Mi antigua Helena, la que me trajo hasta aquÃ, merecÃa las flores más bonitas, una leyenda que homenajeara su trayectoria y dejara un misterio para que resolviera toda la sociedad. Después de presenciar una persecución policial en una autopista brasileña y ver representado en ella cómo me habÃa sentido toda la vida, perseguida por una sociedad, un sistema automatizado e invertido que querÃa volver a encerrarme, ponerme detrás de barrotes para morir en silencio, elegà el epitafio.