Laura Alcoba conoce desde niña el poder de las palabras. Vivir en la clandestinidad durante la dictadura le enseñó que desconocerlas o equivocarlas puede costar la vida. Descubrió otras inflexiones de la lengua: el silencio, la omisión. Luego, en el exilio, cuando aprendió a moverse entre su español natal y el francés que convertiría en su literatura, logró dominar ese idioma con precisión, sutileza y meticulosidad. El resultado fue una obra magnífica, La casa de los conejos, a la que siguieron tantas otras. En todas hay algo constante: una voz propia, inconfundible. Las orillas del mar Dulce es un texto formidable. Con maestría y sensibilidad, Laura Alcoba costea el sutil espacio de la frontera con la singular prosa que la caracteriza. Dejarse llevar por las aguas de su escritura es extraordinario.