El día que Mijaíl preguntó por Ángela y el carnaval, Sabino escuchó el retintín de la desgracia, el cencerro de la muerte. Bien sabía que cuando la tragedia se pone en movimiento ya no hay quien la detenga, porque cada elemento forma parte de su maquinaria. Una plaza en la parte vieja de la ciudad. Un vendedor de yuyos que llegó desde Bolivia huyendo de la miseria. Una muchacha que no pudo vivir más allá ni más acá de su hermosura. Un vendedor de harinilla que se dejó ganar por el rencor. Y el carnaval en el barrio de San Pedro, saturado de humo de frituras y de ensueños. Campo de batalla contra la muerte entre guerreros coloridos y emplumados. En donde caen las máscaras sociales y todos son iguales. Por un rato.