Aunque Irina odiaba la idea de volver a la casa del Tigre y pasar unos días con su abuela, no le quedaba otra opción. Su tía Eugenia debía viajar por trabajo, y después de todo, el lugar era bellísimo. Allí podría leer, tomar sol y descansar. Pero también soñar una y otra vez el mismo sueño viejo que se repetía desde la infancia, una imagen de un estanque con tres cisnes bañados por la luz de la luna.