En los años noventa se instalaron, a una velocidad de vértigo, los grandes cambios culturales y urbanos de lo que se llamó “posmodernidad”, que entonces tenía el atractivo de la novedad y ahora es parte de un paisaje conocido, incluso familiar: los shoppings como modelo de consumo y de ocio, los cuerpos transformados por las cirugías para ajustarse al nuevo ideal de belleza, marcado por la primacía de la juventud; el pasaje hacia el mundo de las pantallas en los locales de videogames y en los hogares, el fast food televisivo y las posibilidades de libertad del zapping.