Al día siguiente de la explosión y derrumbe de las torres neoyorquinas, una chica me preguntó qué pensaba. No pienso nada y, como ella, me digo: ¿qué pienso? Hay que dar vueltas alrededor de lo que no se entiende. Constantin Brancusi escribió una frase genial: Miren mis esculturas hasta que las vean. Así de simple: todo depende del tiempo que se les dé a las cosas para que ellas hablen. Por supuesto, esta no podría ser la perspectiva del político, pero quizás sea el privilegio que tienen los que escriben. Si los siglos XIX y XX estuvieron marcados por feroces polémicas culturales en las que lo nuevo se abría camino librando una batalla contra lo establecido (los poetas románticos contra el clasicismo; el modelo del intelectual comprometido contra los escritores burgueses), hoy vivimos en un clima estético de pluralismo y coexistencia pacífica. Ya no hay un canon que emane de una fuente autorizada. Ya nadie discute cómo debe ser la novela ni hay disputas encarnizadas sobre tendencias artísticas.