Nadar de noche es un relato inspirado. Cierto que la inspiración a menudo exige, en este tipo de narraciones, un aporte adicional que atenúe sus desplantes: los modales. Todo parece manejarse o desplazarse sin esfuerzo -los gestos, los afectos, las aflicciones y, lo que es más difícil, el idioma- hasta adecuarse a lo que se quiere contar, excepto tal vez la negrura del agua en la que nos sumerge, menos líquida que densa. ¿Coloidal? Y el consentimiento de ese infierno o purgatorio burocrático de postergaciones nos alcanza en medio de una brazada de crawl. Y la orfandad, el duelo, la descon-fianza, el amor absoluto por un ser amado perdido, encontrado ahí, encontrado así. Proporciones y dosis perfectas: una obra maestra