A Pellegrini le tocó vivir en un tiempo en que la marcha de la Argentina la decidía una élite a la que él mismo pertenecía. Buena parte de sus integrantes carecía de fortuna; es más, algunos eran pobres, pero anhelaban construir una patria inclusiva y grande. De ahí que quisieran traer familias de otras latitudes y que no les costara incorporar a su núcleo a los recién llegados cuando demostraban capacidad de trabajo y talento. Pellegrini, que fue decidido impulsor de la industria nacional en tiempos en que se apostaba al librecambio, estaba convencido, al igual que muchos de sus contemporáneos, de que había que caminar hacia una democracia auténticamente representativa, pero no vaciló en aceptar como paso inevitable el fraude electoral. Sin embargo, en sus últimos años cambió radicalmente su postura; fustigó la falta de legitimidad de los que gobernaban mediante el sufragio de pequeñas oligarquías o banderías provinciales y se convirtió desde el Congreso en paladín de una auténtica democracia. Su confianza en el futuro del país, que aún no ha cumplido su profecía, se expresa en este párrafo de una carta a Estanislao Zeballos: "Tengo la fe más absoluta de que al finalizar el siglo XX, seremos no sólo la potencia más grande de la América española, sino también una de las más grandes del mundo. Y si no lo somos, no será por culpa de nuestra política exterior, sino por causas internas". Miguel Ángel De Marco, reconocido historiador y biógrafo, suma a sus "vidas" de próceres la de quien, por su actuación en momentos cruciales para la Nación, fue calificado con acierto como "piloto de tormentas".