Cuando estalló la Revolución de Mayo, Manuel Belgrano, un hombre habituado a la serenidad del estudio y la meditación que apenas sabía empuñar las armas, aceptó hacerse soldado para defender la causa de la patria nueva y combatir a ejércitos comandados por profesionales aguerridos. Sufrió derrotas en las selvas del Paraguay y, a pesar de la enfermedad que roía sus entrañas, volvió a ponerse al frente de las fuerzas criollas con el propósito de combatir el avance realista desde el Alto Perú.