El profundo Sur muestra los rasgos más llamativos de la escritura de Andrés Rivera: la concentración narrativa, la musicalidad de ciertos términos y reiteraciones, el perfil singular de sus personajes y la idea de que la realidad se despliega en ese límite impreciso donde la luz y la oscuridad, la civilización y la barbarie, de manera perversa, se confunden. A principios de 1919, en medio de una Buenos Aires conmocionada por una irrefrenable huelga, La Liga Patrió-tica y el Ejército intentan poner orden frente a la rebeldía de los que no temen. Para los rostros visibles de la represión, para quienes portan los fusiles, ser obrero, bolchevique, judío o inmigrante es casi lo mismo: hay orden de disparar a cuanto sospechoso se cruce en el camino. Por debajo de este aconte-cimiento histórico, cargado de matices políticos e ideológicos, se filtran los fantasmas personales y asoman la violencia, el rencor, el maltrato, la sed de venganza, la frustración. En una plaza cualquiera, sin previa señal, por puro azar, cuatro destinos, cuatro hombres bien diferentes se cruzan. Y el sin sentido se impone una vez más, el absurdo monopoliza esta breve escena de La Semana Trágica, porque como ocurrió ya otras veces, no muere el que tenía que morir, el inocente se convierte en víctima, el testigo calla y el culpable avanza. Esta novela, publicada por primera vez en 1999, confirma una vez más la fuerza y excelencia de la narrativa de Andrés Rivera, escritor riguroso, que asume en cada nuevo libro el desafío de contar una historia detrás de la cual el lector pueda interrogar, al mismo tiempo, el pasado y el presente de nuestro país.